El hecho de que en España no se encuentre regulada la práctica de la denominada medicina “tradicional” (complementaria o alternativa) no quiere decir que esa situación sea común a la de otros países desarrollados.

 

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Por ejemplo, las prácticas de medicina tradicional caen, en EE.UU, bajo la competencia del Centro Nacional de Salud Complementaria e Integral (NCCIH), Agencia federal del gobierno integrada en el prestigioso NIH (o Institutos Nacionales de Salud, la mayor corporación pública dedicada a la investigación biomédica en el mundo).

 


El NCCIH tiene como objetivo la investigación científica sobre prácticas y productos de aquellos sistemas de salud que no se consideran parte de la medicina convencional u occidental, eliminando de paso los que se demuestren ineficaces o carentes de valor terapéutico. Según el NCCIH, la medicina complementaria se utiliza junto con la medicina convencional y la medicina alternativa se utiliza en lugar de la medicina convencional.

 

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No es un caso aislado. Algunos de estos sistemas tradicionales han sido también reconocidos en países de nuestro entorno más cercano. Tal como señala la OMS, Suiza se ha convertido en el primer país del continente europeo en integrar la medicina tradicional en su sistema de seguro médico obligatorio (KLV), cubriendo hasta cinco terapias complementarias: medicina antroposófica, homeopatía, acupuntura, fitoterapia, y medicina tradicional china. Una reforma constitucional- sometida a referéndum en 2009, validó estas prácticas (ahora en escrutinio) siempre que se presten por facultativos autorizados.

 


Aunque resulte paradójico, en Oriente también se han dado casos similares de reconocimiento de la medicina tradicional. Si bien es cierto que cuando se habla de medicina oriental vienen a la mente los casos de China o India, resulta interesante conocer lo ocurrido con la medicina tradicional autóctona del Japón (kampo) y las vicisitudes para su reconocimiento por el sistema nacional de salud. A diferencia de sus vecinos de continente, la medicina tradicional cayó en desuso durante el periodo Meiji (finales del siglo XIX) cuando el imperio japonés instauró un nuevo sistema universitario de formación de médicos basado en el modelo germánico, marginando con ello a los  sistemas tradicionales. Tras décadas de declive forzoso, en 1950 se constituyó la Japan Society for Oriental Medicine (JSOM), puesta en marcha por médicos que deseaban mantener vivo el legado kampo que consiguieron, a partir del estudio científico sistemático de sus parámetros clínicos, la plena rehabilitación del sistema. Desde 1967, la medicina kampo está integrada  en el seguro nacional de enfermedad  de Japón.

Como curiosidad kampo rechaza el uso en formulaciones terapéuticas de principios activos obtenidos de partes del cuerpo (sea animal o humano; vivo, sacrificado, o muerto), a diferencia de otros sistemas orientales mucho más conocidos en occidente.

 

¿Cuál es el denominador común entre EE.UU, Suiza y Japón respecto a las medicinas “tradicionales”? Precisamente eso, que son “medicinas” cuya práctica está reservada a “médicos” con la titulación requerida…

 

En este proceso de  rehabilitación cabe ver también aquí un cambio de sensibilidad de la sociedad occidental respecto al concepto de atención médica personalizada.

No debemos olvidar que la definición de salud de la Organización Mundial de la Salud se ha mantenido sin cambios desde la Segunda Guerra Mundial:«La salud es un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades»

Sorprendentemente, ahora se reconoce que para mantener una condición saludable en un entorno cambiante es necesario contar con una buena respuesta personal ante circunstancias adversas.
De aquí la importancia de la alostasis, que se define como «el estado fisiológico o los cambios de comportamiento necesarios para estabilizar el sistema biológico» y combina la capacidad del cerebro y del cuerpo para hacer frente a un entorno cambiante con la resilencia, o  capacidad de un organismo para responder a los factores de estrés.

En definitiva la respuesta depende de la aptitud del individuo, en la que influyen sus valores culturales, educativos  o religiosos.

Hablar de creencias y deseos (tan consustancial a la medicina “tradicional”) parece ajeno al pensamiento científico imperante. El que algunas cuestiones sean éticamente complejas no impide que se aborden de forma equilibrada y objetiva. Como ejemplo, la siguiente información NIH, que enlaza de alguna forma con la noción intuitiva de que las personas de fuertes convicciones éticas o religiosas parecen resistir mejor los estragos de la enfermedad.